Anécdotas de barrio
LOS OLORES DEL JUEGO
Sentimientos y emociones que nos transportan por la vida.

Cuando uno ama a alguien o algo con tanta pasión, es casi imposible olvidar esa primera vez que uno tiene algún contacto con “ese” amor que será parte de ti eternamente. En la memoria se recuerda el día, el lugar, como se veía, la forma en que dieron los eventos, si había alguna melodía, etc. muchos de estos recuerdos o momentos son muy fáciles de evocar cuando uno así lo quiere, a veces solo basta cerrar los ojos, concentrarse y listo, nos trasportamos como arte de magia a ese momento especial.
Pero existe un aspecto que muchos de nosotros simplemente olvidamos porque a veces así funcionamos como seres humanos pero que si logramos de manera voluntaria o involuntaria evocarlo es imposible no suspirar, sonreír o llorar: el olor.
“¿A qué huele la ilusión? Para mí, como un balón de fútbol”.
Al menos para mí así fue aquel día cuando a mis 5 años, mi padre llegó a casa después de un día normal de oficina y lo vi entrar por la puerta de la casa con un par de balones de fútbol colgados cada uno de una red. De manera casi instintiva a lo que sería una práctica regular en los momentos más importantes de mi vida futura, tomé uno de ellos e inmediatamente lo llevé a mi nariz para olerlo.
¿Por qué lo hice? No tengo la menor idea, pero aún recuerdo que olían a combinación entre Resistol 5000 y plástico. Precisar la descripción exacta del olor resultaría tediosa e inexplicable porque evidentemente ese olor sólo está grabado en mi cerebro junto a la imagen de mi abrazando a mi padre mientras le agradecía el regalo que en ese momento se convirtió en el parteaguas de mi vida. ¡Vaya recuerdo ese!
Como pueden imaginar, ese par de balones #5 hice que me duraran años, los cuidaba como pocas cuidaba a esa corta edad. Para mí fue el mejor regalo que pudo darme mi padre y a partir de ese día, cada momento, cada lágrima, cada logro, cada gota de sudor, cada lesión que mi padre y yo compartimos a lo largo de 21 años de práctica de este deporte, estuvo marcada con esos balones y su aun presente olor.
No hay nada como el olor a césped recién cortado.
Al igual que el 90% de la población infantil, los primeros años de mi desarrollo dentro del fútbol fue en canchas de tierra. Algunas veces se tenía la buena fortuna de jugar en terrenos totalmente planos, pero en su mayoría, eran canchas irregulares, con piedras, basura y hoyos por doquier que facilitaban las caídas y torceduras, así como las fallas terribles a la hora de golpear el esférico todo porque el balón cambiaba súbitamente de dirección justo un segundo antes de ser pateada por tu pie y te volvías la comidilla de las porras por un instante.
El primer contacto que tuve con una cancha de césped, una como dios manda, fue a la edad de 8 años cuando mi padre tuvo a bien darme otro regalo pambolero y concederme la bendición de entrenar y jugar en unas canchas que eran un mundo totalmente inexplorado y desconocido para mí. Así, fue como llegué a la escuelita del Club América. No recuerdo el número exacto de canchas que tenían en aquel entonces los de Coapa, pero para mí, era básicamente mucho verde por doquier.
Las ventajas de llegar temprano a unas instalaciones como estas, es que a cierta hora gozas del beneficio de ver llegar a los jugadores profesionales en sus carros de lujo, luego corres hacia ellos en busca de una foto o un autógrafo y finalmente los ves uniformados dirigiéndose al campo de entrenamiento. Ahí fue la primera vez que pude ver a Antonio Carlos Santos antes de pisar el césped, inclinarse hacia ésta a manera de recoger algo, levantarse y persignarse. Dando su primer paso volvía a reclinarse y tomaba un poco de pasto, lo olía y lo tiraba.
Así que, al llegar a mi cancha de entrenamiento, me recline, arranque un poco de pasto, lo olí mientras cerraba los ojos y almacene ese momento en mi memoria. Pero el pasto tiene un olor totalmente diferente cuando es cortado por la mañana y éste tiene un poco de brisa matutina; así lo corroboré unas semanas después cuando llegado el día de mi primer partido en el nido.
Era un sábado 8:00 a.m. y era hora de entrar a la cancha para comenzar los ejercicios de calentamiento; estaba sentado en el césped húmedo terminando de darle vuelta a las agujetas de mis tacos para atarlos y estando hincado con una rodilla al suelo, tomé un poco de pasto, lo arranqué y olí cerrando los ojos. Han pasado más de 37 años de ese día, aún recuerdo el azul de mi uniforme del equipo Astros al cual pertenecía dentro de mi categoría, mis tachones marca lotto, y evidentemente los gritos de ánimo y porras de mis padres y hermana.
¿A qué huele una naranja? A medio tiempo.
Parte de los muchos olores que se viven y atesoran en la memoria de cada niño que juega fútbol en canchas llaneras llegan a ser de los más simples o cotidianos como lo puede ser el olor de una naranja. Para alguien que no ha vivido esta experiencia podría resultar un tanto insignificante o sin sentido, pero para aquellos que por años la naranja fue parte de nuestra dieta de fin de semana, nos resulta muy familiar.
Y es que cuando juegas un día soleado al medio día en una cancha de tierra que sientes que la suela de tus tachones está a nada de derretirse, oír el silbatazo del árbitro indicando que es el medio tiempo es tal cual, música a los oídos. No recuerdo que hubiese algún niño que no corriera hacia la mamá que le tocaba llevar las naranjas, pero era interceptado por el entrenador quien se apoderaba de la cubeta, buscaba alguna sombrita u árbol que permitiera refugiarse del rayo de sol y pedirle a su equipo se sentara a escucharle.
Evidentemente en este punto de deshidratación, un niño de 6 o 7 años es irracional; no quiere saber de regaños, indicaciones o instrucción alguna. Lo que el infante quiere es saciar su sed. Y pues ahí ves en las canchas llaneras a todo el equipo sentado en la tierra esperando luz verde para balancease hacia la cubeta de naranjas, Por fin el entrenador dice que de manera ordenada tomen una naranja y eso se convierte en un campo de batalla. Faltan manos para que cada niño se apodere de una cantidad significativa del delicioso néctar cítrico.

Una vez que el entrenador logra medio regresar la paz a sus pupilos y supervisar que de manera justa cada niño tenga una cantidad igual de naranjas en su poder, procede a la plática de medio tiempo. Ahí es cuando el olor a naranja irrumpe tu cerebro cual estruendo y tus papilas gustativas comienzan a saborear cada gota de esta fruta. No hay manera de explicar cómo es que comer una naranja así, además de ser poco higiénico porque nadie se lava las manos y tiene uno sudor y tierra por doquier, resulta ser una experiencia gourmet de clase mundial.
Sientes como cada gota deja impregnado su olor en cada rincón de tu boca, manos y recuerdos. Muchísimas veces sentí en mis dientes la tierra áspera rozar el interior de mis labios y esta sensación era intercambiada por la sublime sensación del sabor y olor a naranja. Muchas de las veces las naranjas estaban más a punto de ser un té que de algo que refrescara… ahhh pero eso sí, que delicia comer una naranja al medio tiempo de un cálido día de fin de semana. Y por increíble que pueda leerse, la mayoría de las veces terminaba un partido y tus manos a veces aún olían a naranja. No importaba si te caías y te llenabas de tierra las manos, si te limpiabas el sudor o si agarrabas el balón, muchas veces el olor a naranja perduraba tanto como ahora lo puedo oler.
Oliendo la vida.
Para mí el ritual de oler ciertas cosas mientras cierro los ojos comenzó con un balón de fútbol, un ritual que sin saberlo a los 5 años me permitiría almacenar las mejores y más importantes memorias de la vida. La primera de estas memorias importantes fue ese 27 de abril de hace 17 años, cuando besé a mi esposa por primera vez y mientras cerraba los ojos podía almacenar el olor de la mujer más bella. Recuerdo que de regreso a casa y en esos momentos en los que uno sigue recordando cada detalle y momento al besar a la mujer de la que uno está enamorado lo que más tenía y tengo presente es su olor. Miles de colores y sensaciones evoca recordar ese primer beso que hoy hacen que sonría como en aquella media noche.
La segunda memoria que más atesoro y evoco por medio de este ritual pambolero es sin duda el olor de la sala de espera del consultorio de la ginecóloga de mi esposa la vez que oí latir el corazón de mi hija de 5mm de largo y nos decían que seríamos padres. La música más perfecta de la vida con el olor de una niña que siempre ha sido puro corazón. Y muchos años después vino el tercer mejor olor de la vida que fue el del cunero donde mi hijo tomo mi dedo con una de sus manos por primera vez y no me quería soltar. Sin duda la fuerza del olor más bello. Obvio que recuerdo el aroma de la mantita en la que estaba envuelto mientras me pedían que lo sostuviera para terminar de alistarlo para dejarlo ahí y pasar su primera noche.
Una cosa curiosa es que mi hijo tiene poco menos de medio año que nos pidió a mi esposa y a mí jugar fútbol. Obvio que corrí a la tienda comprarle cuanta cosa fuera a necesitar entre otras un balón. De inmediato recordé que para mí había sido muy especial este momento así que estando en la tienda le pregunté a mi hijo cual balón le gustaba. Miró detenidamente hasta que eligió uno; le pedimos a la señorita nos lo mostrara. Y sin que yo alguna vez le haya platicado o dicho algo a mi enano, lo tomó entre sus manos y de manera inmediata lo llevó a su nariz mientras cerraba sus ojos, suspiró al mismo tiempo que sonreía. En ese momento no pude evitar que una lágrima de felicidad se escapara de mis ojos y pensé si las memorias u olores pueden transmitirse por medio del ADN.
Ustedes ¿qué opinan? ¿los olores se pueden heredar? ¿qué otros olores te llevan a esos primeros días en que pateaste un balón durante tu infancia o juventud? Si practicaste algún otro deporte, ¿qué olor significativo recuerdas de esos días de tu infancia? ¿qué otro olor te trae recuerdos importantes hoy en día y marcaron tu vida?
Es hora del intercambio de opiniones, no repartan leña solo por repartir, ¡fair play en todo momento… los leo!
Anécdotas de barrio
Super Bowl: Constructor de Memorias

Es tiempo de Super Bowl y ha llegado ese día que me emociona tanto como la navidad o los cumpleaños de mis seres queridos. Es ese “súper domingo” que cada que nos alcanza, mi corazón y emociones son invadidos por la nostalgia de lo que fue para mí, enamorarme de este día y de este deporte, por primera vez.
Viajemos en el Tiempo
Era el año de 1984 y en aquellos años mi familia y yo vivíamos en el norte del país. Era una época en la que vivir en un pueblo cuyo nombre el 80% de la población no tiene idea de donde es o a que estado pertenece, era sinónimo de calles de tierra, una sola avenida, tienda, iglesia, escuela pública y privada, un solo mercado… básicamente pueblos olvidados por Dios.
Uno de los aspectos negativos de vivir en un lugar así era la televisión. A ver, partamos que, por esos años, yo tenía escasos 5 años y la televisión es tan básica como la leche, golosinas y juguetes. Pues en este pueblo olvidado de Dios, los canales de televisión no eran mas de 5, con horarios limitados y eso imposibilitaba disfrutar de este medio como hoy en día lo hacen las nuevas generaciones.
Construyendo Memorias
Llegó un domingo de enero de 1984 y por alguna razón es un día importante ya que mi padre nos alista para salir a comer (cosa rara ya que los domingos siempre eran de estar en casa) e ir a un restaurante.
Ya estamos en un restaurante, mucha gente está viendo la T.V., pero como todo buen niño, si no eran caricaturas, no era importante. La gente gritaba y estaba metida en lo que veía en el televisor. Teníamos ya algo de tiempo en el restaurante cuando al unísono se escuchan muestras de desapruebo por lo sucedido con el televisor, se ha ido la luz en el pueblo.
Comienza el Camino al 1er. Super Bowl
Mi padre suele ser muy básico en cuanto a los deportes: los practicas, los ves y se vuelven religión en algún punto. Ahora verán el porqué.
Mi papá ha pagado la cuenta y de la nada, nos ha vuelto a subir en el auto; esta pensando. Tomamos carretera y después de varios minutos mi madre baja del auto, algo le dice a mi padre y continuamos, repitiendo esta acción un par de veces más hasta que por fin hemos llegado a otro restaurante y bajamos.
Pedimos otra vez de comer y nuevamente hay gente que no deja de ver y comentar sobre lo que sucede en el televisor. Pasado algo de tiempo, nuevamente se oye el malestar de la gente y reclamos. Se percibe el enojo de la gente: el dueño del lugar ha cambiado el canal para ver “Siempre en Domingo”.
Enojado mi padre, paga y de nuevo ya estamos en el auto viajando hacia otro destino. Mi hermana mayor pregunta por qué es que no vamos a casa y mi padre responde “no están pasando el Super Bowl en la casa…”. EL camino parece interminable y el sueño nos ha vencido a mi hermana y a mí.
Mi madre nos despierta y poco a poco mi hermana y yo despertamos, evidentemente no tenemos idea de donde estamos, pero sabemos que en ese lugar no hemos estado. El instinto nos hace preguntar sobre donde estamos y al escuchar el nombre del pueblo, mi hermana sorprendida me dice que hemos viajado casi una hora y estamos en el pueblo más cercano al nuestro. Entramos al lugar.
En mi mente la puerta del lugar es como las cantinas que he visto en mis caricaturas del viejo oeste y se escucha el ruido hasta la entrada. Si señores, estamos en una cantina que, por ese día, es un restaurante familiar.
Mi Equipo… mi Ídolo
Mi madre ha encontrado una mesa cerca del televisor y nuevamente mi padre nos dice que pidamos algo de comer. Mi hermana le dice que está satisfecha y el resto de la familia coincide en ello; sin embargo, mi padre nos incita a pedir, aunque sea un postre, el “chiste es consumir para que nos dejen ver el juego”.
No tenemos ni 5 minutos dentro del lugar y porque así estaba destinado a que sucediera, mi vista estaba puesta en la televisión. No entiendo el juego, pero mi mente es absorbida por quien sería mi primer ídolo del deporte.
Es justo en ese momento que veo al “32” del equipo de negro y plata que va corriendo con la bola, choca de frente con una muralla de jugadores de ambos equipos y pareciera que no va a poder avanzar más, cuando de la nada gira 180 grados y cambia de dirección hacia el sentido hacia el otro lado y elude rivales como si fuera sencillo. Este “32” está robando mi atención, hace regates y no deja de mover las piernas, sigue corriendo mientras en la cantina la gente comienza a levantarse de sus lugares e instintivamente yo también lo estoy haciendo.
La gente va elevando su emoción y los gritos de “corre… corre…” no dejan de escucharse. El “32” corre como nunca nadie antes había corrido frente a mis ojos: elegante, con fuerza, jamás voltea hacia atrás porque tiene su objetivo de frente, con mucha decisión de llegar al otro lado y no ser detenido. La gente ve que nadie va a alcanzarlo y estalla el lugar en júbilo: ¡Touch down!
Me sorprendo a mí mismo maravillado y gritándole al “32” (no tengo ni parda idea de quien sea o como se llama) pero en mi sistema ya existe un amor por alguien y por un equipo: a partir de ese momento Marcus Allen, el numero 32, es mi ídolo y mis colores son de Los Angeles Raiders.
Ese domingo 22 de enero de 1984 no solo fue mi 1er. Súper Bowl, sino que marcó mi vida y tatuó el escudo de Raiders en mi corazón. Ese día también comenzó la tradición mas linda de mi vida: cada año la familia se reúne en mi casa y sin importar que equipos, vemos el “super domingo”. Hoy, sigo construyendo memorias con mi familia, esposa e hijos.
Anécdotas de barrio
Aficionado o Fanático: El Netas que Todos Tenemos

Hablemos de las porras. Cuando hablamos de las porras, estamos hablando de un elemento central de cualquier deporte sin la cual, no podríamos imaginarlo. Son el motivo de pasión, éxtasis, decepción, tristeza y un sinfín de emociones que transmiten en cantos, saltos y colorido.
Las porras nacen de esa afinidad que la gente va adquiriendo hacia un equipo por diferentes situaciones; puede ser que sea por herencia, moda o no lo sepan con exactitud, pero en su corazón lo sienten.
Ahora existen los aficionados y los fanáticos, pero ¿cuál es la diferencia entre estos? Bueno conozcamos al Netas de mi vida y deduzcamos la diferencia.
El “Netas”
Cuenta la leyenda que un día de vísperas de Navidad, mi esposa y sus amigas decidieron reunirse y tuvieron a mal, incluir a sus parejas. Y ahí estábamos todos vestidos de pipa y guante, muriendo de hambre porque no había llegado una pareja ya que habían ido a la semifinal América – Pumas y era de mala educación empezar sin ellos.
Por fin llegaron y ante la sorpresa de todos, el Netas llegó con su flamante pants deportivo de temporada de sus gloriosas águilas. Obvio que todos pensamos lo mismo, pero nos limitamos a hacerle más caso al hambre que nos apremiaba y nos dispusimos a cenar.
La vestimenta fuera de lugar de nuestro protagonista no fue lo peor, sino que llegó con muchos grados de alcohol arriba de lo medianamente sensato y se denotaba en la cara de pena y vergüenza de su pareja. Como podrán deducir, no era el tipo más agradable con el que se puede entablar una conversación decente, sea o no de futbol. Y ahí fue donde cometió un error más al creer que yo podría querer intercambiar algún tipo de conversación con él.
Decidió que la mejor forma de iniciar una conversación deportiva conmigo era gritándome burlonamente y en tono castrante: “¡Neta! ¿es Neta? Es Neta que le vas al Cruz Azul…” y tras varios minutos de esta única y brillante frase, colmó mi paciencia y digamos que no terminó en tono amistoso ese momento.
Su pareja avergonzada, se levantó conteniendo el llanto y la vergüenza por lo que se alejó de la mesa para evitar la escena. Ahí el Netas escuchó un monólogo de mi parte respecto a lo nefasto de su persona y el poco respeto para el resto de los presentes, más allá de su poco conocimiento y validez de su persona para intercambiar opiniones futbolísticas racionales conmigo.
El Netas hizo lo más caballeroso que un Netas puede hacer: se levantó, no se despidió, se fue dejando en el baño a su pareja y nos dejó una cuenta excesiva de perlas negras que solo él se tomó y que el resto tuvimos que pagar.
Ahora que tienes una imagen del genotipo del Netas que hay en mi mundo y que, en el mundo deportivo de cualquier amante al deporte, siempre existe uno, sabes a lo que me refiero con el sobrenombre de “el Netas”. Ese que en su vida practicó un deporte, pero que se cree con el suficiente conocimiento -adquirido muchas veces de su comentarista deportivo de la TV favorito- como para dar cátedra y creerse una eminencia sin igual y que lo pone por encima de los demás.
Radiografía del Netas
El Netas es ese clásico individuo que respira, come, sueña y vive solo para su equipo. No importa nada más que gritarle al mundo que el equipo de sus amores es el mejor, el “más grande” y que todo aquello que se haga bajo la bandera de los colores que él idolatra, está completamente justificado y tiene todo sentido. Aquel que no coincida con ese pensamiento, habrá que convertirlo como si se tratara de algún grupo radical y hacer que piense de la misma forma porque de lo contrario, no sabe de futbol.
Muchas veces, ese Netas que conoces, suele hacer cosas un tanto irreconocibles, raras o muy poco socialmente adecuadas o permitidas. La mayor parte del tiempo, este tipo de personajes deja de lado a los amigos, trabajo, compromisos sociales y ya los muy enfermos, incluso deja de lado a la pareja e hijos.
Al llegar el lunes tras un fin de semana deportivo, el estado de ánimo del Netas, será igualmente proporcional al resultado que su equipo haya obtenido. Si ganó su equipo, camina pavoneándose y orgulloso, la vida le sonríe y su vida es envidiable. Si ganaron algún partido al rival odiado, la vida es justa y podrá burlarse encarecidamente de sus conocidos a los que vencieron. Si por el contrario perdieron, el estado de ánimo del Netas será depresivo, intolerante y si, lo que imaginan, si pierden contra el rival odiado, muchas veces lloran y se vuelven violentos.
¿Ya identificaste al Netas de tu grupo de amigos?
El Netas: Aficionado o Fanático
Veamos, algo que olvidé mencionar es que nuestro protagonista tiene un altar en la entrada de su casa. Sí, por inverosímil que se lea, ¡un altar! Este consta de una mesa dedicada única y exclusivamente para rezarle a la virgencita cada vez que los de Coapa van a jugar. Obvio tiene la playera de temporada del “Ame”, un balón, bandera, un rosario, agua bendita, un santo con la playera del equipo y un mechón de cabello de cada uno de sus hijos… ¿Aficionado o fanático?
Y algunos podrán decir que eso es cosa de cada uno y sí, tienen razón. En su casa cada uno tiene derecho de hacer y deshacer, pero ¿Qué pasa cuando ser “americanista o fanático de tu equipo” se vuelve una obsesión enfermiza que trasgrede a terceros, les incomoda e incluso pueden llegar a ser violentados física y verbalmente?
El Netas sólo es un ejemplo de muchos fanáticos, de diferentes equipos y países, que no saben que lo son y si lo saben, no hay manera alguna de razonar con ellos. Y ¿cuál es el punto de todo esto? El punto es que el fanatismo en los estadios o fuera de estos son los que están destruyendo el futbol y a los deportes en general cuando la violencia física y la muerte aparecen convirtiendo un día de entretenimiento en desgracia.
El fanático no se detiene a razonar, si paga un boleto de estadio le da derecho de insultar, agredir, arrojar objetos y lastimar porque nada ni nadie está por encima de la ceguera pasional que siente por su equipo. Son estos desquiciados los que arrojan bengalas, petardos, hielos y cualquier objeto que lastime a quien sea con tal de demostrar que desde la cobardía del anonimato su equipo es lo único que debe de imperar.
Son el cáncer que ha alejado a los niños y las familias de los estadios porque el verdadero aficionado va a disfrutar de un evento y cuando éste siente que los suyos están en peligro, mejor se queda en su casa y evita exponerse a que posiblemente la muerte les alcance.
Los ciegos fanáticos como el Netas son esos entes malignos que deberían erradicarse definitivamente del futbol y de todo deporte ya que lo único que hacen es destruir el espíritu deportivo, tergiversan el origen y sentido primario y quieren que lo único que prevalezca sea que su equipo es lo único y si deben recurrir a la violencia lo harán.
Ojalá y estos Netas lleguen a comprender que el deporte al final del día es solo un juego, cuya principal función debería ser la de entretener, invitarte a practicarlo y crear un vínculo que pueda perdurar en cada aficionado como bellas memorias atesorables de momentos que te distrajeron por un instante de la realidad.
Espero que con el tiempo cada vez haya más aficionados que revivan la esencia de todos los deportes y que éstos fanáticos ciegos solo hayan sido una terrible pesadilla que desapareció cuando la luz nos iluminó. y el deporte volvió a ser eso: un bello juego.
Anécdotas de barrio
El “Don”: El Crack Escondido en el Futbol de Barrio

Ah, el futbol de barrio, ese universo mágico que solo quienes han jugado en canchas empedradas pueden comprender. En cada esquina del barrio hay una historia que contar, pero hay una que siempre saca una sonrisa: la del “Don”.
El “Don” es ese jugador que, aunque ya no corre como gacela y no tiene la agilidad de los más jóvenes, posee una técnica envidiable. Sus pies parecen tener memoria, como si en algún rincón de su corazón aún guardara recuerdos de aquellos días en los que era el rey del balón.
Una de las cosas que más me encantan del futbol de barrio son las anécdotas que se forjan en cada partido. Imagínate, la cancha empedrada, donde tus tobillos amenazan con romperse y el árbitro, sí, ese árbitro que parece haber dejado de ver sus zapatos desde hace años, sopesa cada falta como si se jugara la final de la Copa del Mundo. Allí, donde las groserías vuelan como golpes perdidos, una jugada mágica de ese jugador mayor deja a todos boquiabiertos. Y en cuestión de segundos, ya no es el señor mayor, es el crack.
El futbol de barrio no solo se juega en la cancha. Alrededor de ella, hay un ambiente que parece sacado de una película. Los señores con sus triciclos, vendiendo pan y café, mientras que otros se detienen en la tiendita a comprar unas caguamas y unas papitas fritas con chilito y salsa, sabores que son parte del ritual y hacen que la vida sea más sabrosa.
Mi Primer Encuentro con el “Don”: Una Lección en el Futbol de Barrio
Tenía 12 años cuando di mis primeros pasos en el mágico mundo del futbol de barrio. Tepito se convirtió en mi hogar temporal, un lugar lleno de historias y de personajes dignos de una película. Fue ahí, gracias a mis primos, que mi viejo finalmente se animó a dejarme jugar con ellos, a pesar de que todos rebasaban los 19 años. Imagínate, un niño pequeño entre gigantes —bueno, al menos en mi cabeza.
Un día, jugamos en la Magdalena Mixuca. La emoción burbujeaba en el aire; el olor a tacos recién hechos y el bullicio de la gente se mezclaban con el eco de los autos de la avenida. En ese escenario, conocí a mi primer “Don”, un personaje que, sin saberlo aún, iba a marcarme para siempre en el futbol y en la vida.
Íbamos goleando a nuestro rival y ahí estaba yo, envuelto en mi ignorancia adolescente y atrevimiento. Empecé a gambetear con aires de grandeza, moviéndome como si estuviera en un comercial de videojuegos. Pero todo tiene su precio, y el “Don”, con un aire de sabiduría, se me acercó de inmediato. Con un tono que mezclaba amistad y advertencia, me dijo que no me burlara de ellos de esa forma. Pero yo, sintiéndome respaldado por la fuerza de mis primos, lo ignoré, como si él no tuviera voz en este juego.
Fue ahí cuando llegó el momento que me haría tragar mi orgullo. En un intento desafiante, decidí hacerle un túnel al “Don” y correr directo a la portería. Pero mi soberbia era tal que no me conformé con eso. Mirando por encima del hombro, me animé a hacerle otro túnel, como si le estuviera diciendo: “¡Mira lo que puedo hacer! Aquí mando yo”.
Sin embargo, el “Don” tenía un as bajo la manga. Cuando intenté hacerme un autopase para seguir burlándolo, ¡bam! Dejó su pierna plantada y doblando su rodilla, con una técnica que solo se aprende en las canchas de barrio, me aplicó la clásica “dormilona”. Caí de sopetón al querer dar ese siguiente paso, mi pierna no respondió. Estaba tendido sobre la tierra todo atónito.
Mis primos que eran mis defensores acérrimos corrieron hacia el “Don” listos para armar la bronca. Pero en medio del alboroto, mi tío, que siempre había sido la voz de la razón, se acercó y calmó todo. En ese momento, escuché la voz del “Don”, profunda y llena de vida, decirme: “Jamás humilles y te burles de tu rival. En unos días estarás como si nada. Otro te hubiera reventado la pierna, pero yo solo te estoy enseñando a respetar a tu rival”.
Así fue como tuve mi primer encuentro cercano con el “Don” de barrio. Fue más que una caída; fue una lección grabada en mi memoria. En aquel instante, me di cuenta de que el futbol de barrio es un lugar de respeto, un terreno donde la humildad se tiene que ganar en cada jugada. Aprendí que detrás de cada jugador, sin importar su apariencia o edad, hay historias que nos enseñan a ser mejores en la cancha y en la vida. Y así, con el orgullo raspado y un nuevo respeto por el juego, intenté jugar cada partido. ¡Larga vida al “Don”!
Ha llegado la hora del intercambio de anécdotas, dinos como era el “Don” de tu equipo o si alguno te dio una lección. Saca del baúl de tus memorias la mejor de ellas relacionadas con un “Don”, reparte cátedra como todo un “Don” y dinos si alguna vez le darías una lección a alguien en el mejor de los sentidos… eso sí, ¡fair play en todo momento… los leo!
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