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Anécdotas de barrio

El Balón

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Para los que ya rebasamos el cuarto piso de edad, nos resultan lejanos aquellos años en los que éramos unos niños y la vida era mas simple de lo que lo es ahora. Cuando se trataba de jugar era mucho más fácil, bastaba la imaginación y sin importar el nombre del juego se podrían pasar horas de diversión sin problema alguno. Un palo de madera podría ser la lanza mata dragones, un árbol frondoso el escondite perfecto del villano o subirse a una banca de parque y saltar de ella era equiparable a lanzarse sin paracaídas de la montaña más alta que nunca había sido conquistada antes por ningún ser humano.

Evidentemente jugar con los amigos, hermanos o cualquier desconocido dispuesto a vivir las mismas aventuras lo hacía mucho mas entretenido. La cuestión era divertirse solo por el hecho de pasarla bien y ser felices. Algunos descubren la pasión de su vida en la bicicleta, saltando la cuerda, los patines, corriendo… en mi caso, descubrí que el sueño de mi vida comenzaría con unas piedras y terminaría con un balón.

Pateando piedras.

A mis 5 años regresar a casa después de la escuela implicaba, mas de 40 minutos en transporte público, cargando la mochila y muchas veces con hambre. Llegando a la parada del trolebús, mi madre nos hacía caminar aproximadamente un kilómetro sobre una avenida con camellón bajo los rayos del sol, lluvia, frío o como fuera.

El trayecto era aburrido cuando lo haces al lado de tu hermana mayor quien ya no le agrada mucho jugar contigo o se hartaba de ser molestada todo el tiempo por un chamaco de corta edad. Así que uno busca la forma de entretenerse; algunas veces era contando chistes, adivinanzas, cantando o contando como había sido el día en la escuela.

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Un día mi madre descubre que de pronto para mi la forma de entretenerme era ir pateando piedras pequeñas simulando ser balones de fútbol profesional. Tanto para mi madre como hermana, al principio les resultaba novedoso o curioso que el inquieto de mí, imaginara la final del mundial 86 en el trayecto a casa, pero después se convirtió en un tormento para ellas. Ya no sólo consistía en ir pateando piedras, de pronto eran corcholatas, botes o latas; no importaba que, el caso era patear algo y yo demandaba que ellas fingieran disfrutar tanto esta practica como yo lo hacía.

Un día caminando como de costumbre de regreso a casa, mi madre me da la noticia de que ha tomado la decisión de inscribirme a una escuela de fútbol en un equipo perteneciente a la delegación Benito Juárez para que ya deje de dar lata, deje de patear piedras y lo haga con un balón de fútbol. Sin duda es el mejor día de mi vida hasta ese momento.

Dios bendiga mi primer balón: “el frutsi”

Hoy en día es común que en las escuelas a la hora del recreo los niños tengan una pelota de plástico para jugar y armar sus partidos e imitar a sus ídolos. Al menos para mí, en mi escuela estaba prohibido llevar pelotas y mucho menos tenían alguna para que aquellos que quisiéramos jugar pudiéramos hacerlo de una manera digna de un país tradicionalmente pambolero.

Pero Xólotl, dios azteca del juego de pelota, era tan sabio y anticipándose al hecho de que algún día algunos de nosotros como sus fieles súbditos intentáramos honrarlo practicando este bello deporte a toda costa y previendo la posibilidad de que existiesen escuelas represoras que limitaran la practica del fútbol, colocó un chip en nuestro ADN y nos enseñó a improvisar el cómo reproducir un esférico o cualquier cosa que nos permitiera jugar su juego.

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Porque tenía que ser en nuestros días de infancia y casi como elegidos por Xólotl, nos fue otorgada la perfecta arma para acabar con las escuelas enemigas del fútbol, nos fue entregado en nuestras manos, “el frutsi”. Una bebida refrescante de varios sabores guardada en un envase de plástico super resistente que siempre estuvo destinada para los niños futbolistas. En nuestra herencia ancestral estaba escrito que una vez que fuera consumido su embriagante líquido, el envase sería usado como sustituto de un balón o pelota. Nada debería detener la práctica de esta disciplina.

Rápidamente descubrimos y aprendimos a los tumbos, decepciones y a las patadas que, al primer choque de pies rivales en la disputa del improvisado balón, éste quedaba totalmente aplanado y se perdía cierta funcionalidad del envase. Algún evolucionado a nuestros días de pronto se le ocurrió que, si éste mismo frutsi era rellenado con hojas de papel de algún cuaderno, envolturas de papitas, pastelillos y restos de cierta basura, la firmeza de balón perduraba y no solo alargaba los momentos de diversión, sino que con la suficiente fuerza y sin piedad, los mas diestros podrían sacar cañonazos y estar mas cerca de la victoria antes de que el final de recreo llegara.

La última actualización que mi generación le hizo al improvisado esférico se basaba en sellar el envase con “Diurex o masquin”. Algunos podrán diferir respecto a este punto; que si eso lo hacían aquellos que tenían mucho dinero porque se usaba un elemento raro o caro, pero también era cuestión de maña y suerte. ¿Por qué? Pues porque había que estar siempre atento a ver dónde podría encontrarse una de las dichas cintas de manera gratuita; en la oficina de algún director, en el escritorio de alguna despistada secretaria, en casa, etc.

La cuestión es que una vez que por suerte o intervención de nuestro dios pambolero nos guiaba a una de estas dos opciones, se guardaba con mucho recelo y se utilizaba solo la cantidad necesaria para que el contenido de nuestro balón no se saliera del mismo y no tener que estar deteniendo el encuentro cada vez que una hoja, basura o envoltura salía disparada del interior después de ser impactado con demasiada fuerza. Básicamente, la incursión de la cinta en la creación de nuestro balón nos permitió darle fluidez al juego y por ende más minutos de diversión en media hora de recreo.

La revolución de las pelotas.

Han pasado ya algunos años y pareciera que las disputas entre aquellas escuelas primarias que prohibían la libre práctica de este deporte y los que hacíamos lo que fuera por jugarlo; ha quedado atrás el frutsi. Ha pasado el tiempo desde que por primera vez muchos de nosotros chutamos nuestro primer envase relleno de basura, pero el aire huele a tiempos de cambio y cosas buenas para los pamboleros de escuela.

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Nos ha alcanzado el destino y con ello la normalización de que, en las primarias a la hora del recreo, los alumnos pueden jugar con pelotas de plástico. Xólotl nos ha favorecido de nuevo y nos bendice con esta nueva era. Por supuesto que esto conlleva responsabilidades y lineamientos; por ejemplo, las pelotas deben de ser de material ligero, que no atenten contra la integridad física de nadie, sobre todo de aquellos que son ajenos al juego y éstas no deben dañar el recinto escolar.

Con esta nueva era de jugar fútbol con pelota de plástico también llega un mundo nuevo de posibilidades; sí, ya que existen esféricos de diferentes precios, marcas, colores, calidades de plástico, etc. De pronto el ADN pambolero que guarda todo guerrero azteca se activa. Rápidamente tenemos que aprender a diferenciar entre todas estas opciones.

Existen aquellas baratas que al primer objeto puntiagudo que se encuentren en su trayectoria verán su fin; están esas pelotas cuyo pivote están fuera de su lugar que basta un buen puntapié y el pivote sale disparado para un lado y el resto cual globo desinflado; aparecen en el mercado las pelotas que son tan livianas que da mucho coraje jugar con ellas porque su trayectoria es similar a la de un borracho empedernido que no sabe para donde ir.

Desde mi humilde experiencia y opinión las mejores pelotas a precio accesible fueron las clásicas “foot soccer salver”; para aquellos que no recuerden cuales eran, pues la clásica naranja con rayas negras cuyo plástico era super resistente, el pivote permanecía siempre en su lugar y aun saliéndosele algo de aire podías seguir jugando a buen nivel. Era raro que una de estas te saliera de mala calidad.

En los últimos años de mi escuela básica, los dioses del deporte más bello nos favorecieron con su más reciente innovación plástica del momento, la novedosa pelota-balón. Básicamente era un esférico de plástico más grueso y resistente que las clásicas pelotas, pesaba más por lo mismo y se le pegaba de mejor forma; pero tuvo poco tiempo de vida ya que, al ser de un material más grueso, bastaba un disparo descomunal a lo loco para que esta pudiera impactarse en el rostro de algún distraído transeúnte y te metieras en problemas. Nuestros dioses nunca vislumbraron la posibilidad de que hubiera niños en los recreos deambulando sin querer participar en las retas pamboleras; así que regresamos a los tradicionales partidos con pelotas.

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Balón del #5.

Cuando mi padre se entera de que ya formaré parte de esta larga lista de futbolistas aztecas amateurs, de manera casi inmediata corre a conseguirle a su primogénito un balón de fútbol digno de las deidades para que éste pueda entrenar de forma regular. Aun recuerdo perfectamente el día en que lo veo entrar por la puerta con dos balones colgados de su red. Para referencia eran de esos clásicos balones que podías comprar en el mercado o en el tradicional puesto de cosas deportivas alrededor de cualquier cancha llanera de fútbol.

Ambos balones del #5, tenían hexágonos blancos grandes, pero uno con hexágonos rojos y el otro de color azul, no pesaban mucho ni botaban de más: eran perfectos. Nuevamente regocijábamos a Xólotl por cumplir a la perfección con la mejor compra que mi padre había realizado hasta ese momento. Y vaya manera en la que tuve que comprobar la calidad de dichos balones.

A cada entrenamiento de mi nuevo equipo en la Benito Juárez, tenía cada alumno que llevar su propio balón (como en casi todas las “escuelitas” de fútbol) ya que el entrenador no contaba con los recursos económicos suficientes. Ahí la práctica de tiro a gol era un juego tan macabro que ni Xólotl pudo pensar en el día mas enfadado, tal vez solo equiparable con la ruleta rusa. Cada turno para disparar a gol era eso.

En esta etapa de mi vida, nuevamente el ADN pambolero de muchos evolucionó y sin darte cuenta de pronto ya eras casi casi un experto en el conocimiento del balón de fútbol. Los dioses estaban plenamente orgullosos de ti si eras capaz de a esta corta edad poder distinguir los diferentes tipos de balos. Estaban los clásicos de hexágonos de color blanco y negro que no solo rebotaban tanto que desafiaban las leyes físicas de la gravedad, sino que pegarle con el empeine con la técnica incorrecta no solo significaba dolor en esa región los siguientes días sino tener que ir a recoger tu balón hasta casa de la fregada porque volaba como con vida propia.

También estaban esos esféricos que con solo verlos uno sabía que llevaban mas de dos generaciones en la familia del dueño no solo por lo desgastado de su cubierta sino porque ya se asomaba la “cámara” del mismo y estaba esperando el uñazo del más rupestre de técnica en el golpeo para que pasara a mejor vida el balón. Y si por un milagro divino no se ponchaba a la hora de patearlo, seguramente lo haría al impactarse contra la primera piedra filosa de la cancha de tierra que teníamos como escenario que los dioses nos regalaron. Como olvidar ese balón que “no lo era, pero a la vez sí”. Dirán por ahí “no cantinflees” pero es verdad. Por otro lado, es difícil olvidar a ese compañero que todos tuvimos cuyo esférico de fútbol era a la vista eso, un esférico, pero bastaba con que lo patearan para que este se transformara en un ovoide y determinar hacia donde seria su siguiente movimiento se volvía tarea que ni la NASA podría resolver. Muchas de las veces terminabas haciendo el ridículo abanicando o cayéndote al suelo sin rozarlo siquiera.

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Estaba el compañero que llegaba con una pelota de plástico porque o no ponía atención o simplemente porque sabías que ese compa no duraría mas de un mes en el equipo; existía el compañero que llevaba un balón tan duro que al momento de golpearlo sentías como todo por dentro de ti esta conectado y te dolía cada parte, pero él lo pateaba como si nada y pensabas que si por “x o y” te pateaba considerarías la idea de no volver a jugar nunca. Todo equipo tenía un miembro que era el típico jugador que llevaba el balón mas caro o de mejor calidad porque era el que tenía varo, pero era tan malo jugando que hasta el entrenador lo dejaba jugar el fin de semana con tal de que no dejara de ir.

Y así en esta idiosincrasia con la que los dioses aztecas decidieron debíamos formarnos el 90% de los jugadores llaneros aprendimos de balones de fútbol sobre la marcha y evolucionamos en la prueba y error. En nuestro ADN azteca Xólotl puso suficiente información para que siempre buscáramos la forma de jugar fútbol, unas veces con un frutsi, otras con cinta alrededor del zapato para que no se terminara de desprender la suela, otras con cartones de boing a manera de espinilleras, otras improvisando los números de las playeras con masquin pintados con pluma para que se vieran y un sinfín de detalles que solo el fútbol llanero o amateur tiene.

Díganme, ¿cómo fue para ustedes su primer encuentro con el fútbol? ¿Qué otras prácticas llaneras o amateur vivieron y les dejaron una experiencia que los hace reír o añorar esos días? Es hora del intercambio de opiniones, no repartan leña solo por repartir, ¡fair play en todo momento… los leo!

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Super Bowl: Constructor de Memorias

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Es tiempo de Super Bowl y ha llegado ese día que me emociona tanto como la navidad o los cumpleaños de mis seres queridos. Es ese “súper domingo” que cada que nos alcanza, mi corazón y emociones son invadidos por la nostalgia de lo que fue para mí, enamorarme de este día y de este deporte, por primera vez.

Viajemos en el Tiempo

Era el año de 1984 y en aquellos años mi familia y yo vivíamos en el norte del país. Era una época en la que vivir en un pueblo cuyo nombre el 80% de la población no tiene idea de donde es o a que estado pertenece, era sinónimo de calles de tierra, una sola avenida, tienda, iglesia, escuela pública y privada, un solo mercado… básicamente pueblos olvidados por Dios.

Uno de los aspectos negativos de vivir en un lugar así era la televisión. A ver, partamos que, por esos años, yo tenía escasos 5 años y la televisión es tan básica como la leche, golosinas y juguetes.  Pues en este pueblo olvidado de Dios, los canales de televisión no eran mas de 5, con horarios limitados y eso imposibilitaba disfrutar de este medio como hoy en día lo hacen las nuevas generaciones.

Construyendo Memorias

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Llegó un domingo de enero de 1984 y por alguna razón es un día importante ya que mi padre nos alista para salir a comer (cosa rara ya que los domingos siempre eran de estar en casa) e ir a un restaurante.

Ya estamos en un restaurante, mucha gente está viendo la T.V., pero como todo buen niño, si no eran caricaturas, no era importante. La gente gritaba y estaba metida en lo que veía en el televisor. Teníamos ya algo de tiempo en el restaurante cuando al unísono se escuchan muestras de desapruebo por lo sucedido con el televisor, se ha ido la luz en el pueblo.

Comienza el Camino al 1er. Super Bowl

Mi padre suele ser muy básico en cuanto a los deportes: los practicas, los ves y se vuelven religión en algún punto. Ahora verán el porqué.

Mi papá ha pagado la cuenta y de la nada, nos ha vuelto a subir en el auto; esta pensando. Tomamos carretera y después de varios minutos mi madre baja del auto, algo le dice a mi padre y continuamos, repitiendo esta acción un par de veces más hasta que por fin hemos llegado a otro restaurante y bajamos.

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Pedimos otra vez de comer y nuevamente hay gente que no deja de ver y comentar sobre lo que sucede en el televisor. Pasado algo de tiempo, nuevamente se oye el malestar de la gente y reclamos. Se percibe el enojo de la gente: el dueño del lugar ha cambiado el canal para ver “Siempre en Domingo”.

Enojado mi padre, paga y de nuevo ya estamos en el auto viajando hacia otro destino. Mi hermana mayor pregunta por qué es que no vamos a casa y mi padre responde “no están pasando el Super Bowl en la casa…”. EL camino parece interminable y el sueño nos ha vencido a mi hermana y a mí.

Mi madre nos despierta y poco a poco mi hermana y yo despertamos, evidentemente no tenemos idea de donde estamos, pero sabemos que en ese lugar no hemos estado. El instinto nos hace preguntar sobre donde estamos y al escuchar el nombre del pueblo, mi hermana sorprendida me dice que hemos viajado casi una hora y estamos en el pueblo más cercano al nuestro. Entramos al lugar.

En mi mente la puerta del lugar es como las cantinas que he visto en mis caricaturas del viejo oeste y se escucha el ruido hasta la entrada. Si señores, estamos en una cantina que, por ese día, es un restaurante familiar.

Mi Equipo… mi Ídolo

Mi madre ha encontrado una mesa cerca del televisor y nuevamente mi padre nos dice que pidamos algo de comer. Mi hermana le dice que está satisfecha y el resto de la familia coincide en ello; sin embargo, mi padre nos incita a pedir, aunque sea un postre, el “chiste es consumir para que nos dejen ver el juego”.

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No tenemos ni 5 minutos dentro del lugar y porque así estaba destinado a que sucediera, mi vista estaba puesta en la televisión. No entiendo el juego, pero mi mente es absorbida por quien sería mi primer ídolo del deporte.

Es justo en ese momento que veo al “32” del equipo de negro y plata que va corriendo con la bola, choca de frente con una muralla de jugadores de ambos equipos y pareciera que no va a poder avanzar más, cuando de la nada gira 180 grados y cambia de dirección hacia el sentido hacia el otro lado y elude rivales como si fuera sencillo. Este “32” está robando mi atención, hace regates y no deja de mover las piernas, sigue corriendo mientras en la cantina la gente comienza a levantarse de sus lugares e instintivamente yo también lo estoy haciendo.

La gente va elevando su emoción y los gritos de “corre… corre…” no dejan de escucharse. El “32” corre como nunca nadie antes había corrido frente a mis ojos: elegante, con fuerza, jamás voltea hacia atrás porque tiene su objetivo de frente, con mucha decisión de llegar al otro lado y no ser detenido. La gente ve que nadie va a alcanzarlo y estalla el lugar en júbilo: ¡Touch down!

Me sorprendo a mí mismo maravillado y gritándole al “32” (no tengo ni parda idea de quien sea o como se llama) pero en mi sistema ya existe un amor por alguien y por un equipo: a partir de ese momento Marcus Allen, el numero 32, es mi ídolo y mis colores son de Los Angeles Raiders.

Ese domingo 22 de enero de 1984 no solo fue mi 1er. Súper Bowl, sino que marcó mi vida y tatuó el escudo de Raiders en mi corazón. Ese día también comenzó la tradición mas linda de mi vida: cada año la familia se reúne en mi casa y sin importar que equipos, vemos el “super domingo”. Hoy, sigo construyendo memorias con mi familia, esposa e hijos.

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Aficionado o Fanático: El Netas que Todos Tenemos

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Hablemos de las porras. Cuando hablamos de las porras, estamos hablando de un elemento central de cualquier deporte sin la cual, no podríamos imaginarlo. Son el motivo de pasión, éxtasis, decepción, tristeza y un sinfín de emociones que transmiten en cantos, saltos y colorido.

Las porras nacen de esa afinidad que la gente va adquiriendo hacia un equipo por diferentes situaciones; puede ser que sea por herencia, moda o no lo sepan con exactitud, pero en su corazón lo sienten.

Ahora existen los aficionados y los fanáticos, pero ¿cuál es la diferencia entre estos? Bueno conozcamos al Netas de mi vida y deduzcamos la diferencia.

El “Netas”

Cuenta la leyenda que un día de vísperas de Navidad, mi esposa y sus amigas decidieron reunirse y tuvieron a mal, incluir a sus parejas. Y ahí estábamos todos vestidos de pipa y guante, muriendo de hambre porque no había llegado una pareja ya que habían ido a la semifinal América – Pumas y era de mala educación empezar sin ellos.

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Por fin llegaron y ante la sorpresa de todos, el Netas llegó con su flamante pants deportivo de temporada de sus gloriosas águilas. Obvio que todos pensamos lo mismo, pero nos limitamos a hacerle más caso al hambre que nos apremiaba y nos dispusimos a cenar.

La vestimenta fuera de lugar de nuestro protagonista no fue lo peor, sino que llegó con muchos grados de alcohol arriba de lo medianamente sensato y se denotaba en la cara de pena y vergüenza de su pareja. Como podrán deducir, no era el tipo más agradable con el que se puede entablar una conversación decente, sea o no de futbol. Y ahí fue donde cometió un error más al creer que yo podría querer intercambiar algún tipo de conversación con él.

Decidió que la mejor forma de iniciar una conversación deportiva conmigo era gritándome burlonamente y en tono castrante: “¡Neta! ¿es Neta? Es Neta que le vas al Cruz Azul…” y tras varios minutos de esta única y brillante frase, colmó mi paciencia y digamos que no terminó en tono amistoso ese momento.

Su pareja avergonzada, se levantó conteniendo el llanto y la vergüenza por lo que se alejó de la mesa para evitar la escena. Ahí el Netas escuchó un monólogo de mi parte respecto a lo nefasto de su persona y el poco respeto para el resto de los presentes, más allá de su poco conocimiento y validez de su persona para intercambiar opiniones futbolísticas racionales conmigo.

El Netas hizo lo más caballeroso que un Netas puede hacer: se levantó, no se despidió, se fue dejando en el baño a su pareja y nos dejó una cuenta excesiva de perlas negras que solo él se tomó y que el resto tuvimos que pagar.

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Ahora que tienes una imagen del genotipo del Netas que hay en mi mundo y que, en el mundo deportivo de cualquier amante al deporte, siempre existe uno, sabes a lo que me refiero con el sobrenombre de “el Netas”. Ese que en su vida practicó un deporte, pero que se cree con el suficiente conocimiento -adquirido muchas veces de su comentarista deportivo de la TV favorito- como para dar cátedra y creerse una eminencia sin igual y que lo pone por encima de los demás.

Radiografía del Netas

El Netas es ese clásico individuo que respira, come, sueña y vive solo para su equipo. No importa nada más que gritarle al mundo que el equipo de sus amores es el mejor, el “más grande” y que todo aquello que se haga bajo la bandera de los colores que él idolatra, está completamente justificado y tiene todo sentido. Aquel que no coincida con ese pensamiento, habrá que convertirlo como si se tratara de algún grupo radical y hacer que piense de la misma forma porque de lo contrario, no sabe de futbol.

Muchas veces, ese Netas que conoces, suele hacer cosas un tanto irreconocibles, raras o muy poco socialmente adecuadas o permitidas. La mayor parte del tiempo, este tipo de personajes deja de lado a los amigos, trabajo, compromisos sociales y ya los muy enfermos, incluso deja de lado a la pareja e hijos.

Al llegar el lunes tras un fin de semana deportivo, el estado de ánimo del Netas, será igualmente proporcional al resultado que su equipo haya obtenido. Si ganó su equipo, camina pavoneándose y orgulloso, la vida le sonríe y su vida es envidiable. Si ganaron algún partido al rival odiado, la vida es justa y podrá burlarse encarecidamente de sus conocidos a los que vencieron. Si por el contrario perdieron, el estado de ánimo del Netas será depresivo, intolerante y si, lo que imaginan, si pierden contra el rival odiado, muchas veces lloran y se vuelven violentos.

¿Ya identificaste al Netas de tu grupo de amigos?

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El Netas: Aficionado o Fanático

Veamos, algo que olvidé mencionar es que nuestro protagonista tiene un altar en la entrada de su casa. Sí, por inverosímil que se lea, ¡un altar! Este consta de una mesa dedicada única y exclusivamente para rezarle a la virgencita cada vez que los de Coapa van a jugar. Obvio tiene la playera de temporada del “Ame”, un balón, bandera, un rosario, agua bendita, un santo con la playera del equipo y un mechón de cabello de cada uno de sus hijos… ¿Aficionado o fanático?

Y algunos podrán decir que eso es cosa de cada uno y sí, tienen razón. En su casa cada uno tiene derecho de hacer y deshacer, pero ¿Qué pasa cuando ser “americanista o fanático de tu equipo” se vuelve una obsesión enfermiza que trasgrede a terceros, les incomoda e incluso pueden llegar a ser violentados física y verbalmente?

El Netas sólo es un ejemplo de muchos fanáticos, de diferentes equipos y países, que no saben que lo son y si lo saben, no hay manera alguna de razonar con ellos. Y ¿cuál es el punto de todo esto? El punto es que el fanatismo en los estadios o fuera de estos son los que están destruyendo el futbol y a los deportes en general cuando la violencia física y la muerte aparecen convirtiendo un día de entretenimiento en desgracia.

El fanático no se detiene a razonar, si paga un boleto de estadio le da derecho de insultar, agredir, arrojar objetos y lastimar porque nada ni nadie está por encima de la ceguera pasional que siente por su equipo. Son estos desquiciados los que arrojan bengalas, petardos, hielos y cualquier objeto que lastime a quien sea con tal de demostrar que desde la cobardía del anonimato su equipo es lo único que debe de imperar.

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Son el cáncer que ha alejado a los niños y las familias de los estadios porque el verdadero aficionado va a disfrutar de un evento y cuando éste siente que los suyos están en peligro, mejor se queda en su casa y evita exponerse a que posiblemente la muerte les alcance.

Los ciegos fanáticos como el Netas son esos entes malignos que deberían erradicarse definitivamente del futbol y de todo deporte ya que lo único que hacen es destruir el espíritu deportivo, tergiversan el origen y sentido primario y quieren que lo único que prevalezca sea que su equipo es lo único y si deben recurrir a la violencia lo harán.

Ojalá y estos Netas lleguen a comprender que el deporte al final del día es solo un juego, cuya principal función debería ser la de entretener, invitarte a practicarlo y crear un vínculo que pueda perdurar en cada aficionado como bellas memorias atesorables de momentos que te distrajeron por un instante de la realidad.

Espero que con el tiempo cada vez haya más aficionados que revivan la esencia de todos los deportes y que éstos fanáticos ciegos solo hayan sido una terrible pesadilla que desapareció cuando la luz nos iluminó. y el deporte volvió a ser eso: un bello juego.

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Anécdotas de barrio

El “Don”: El Crack Escondido en el Futbol de Barrio

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Ah, el futbol de barrio, ese universo mágico que solo quienes han jugado en canchas empedradas pueden comprender. En cada esquina del barrio hay una historia que contar, pero hay una que siempre saca una sonrisa: la del “Don”.

El “Don” es ese jugador que, aunque ya no corre como gacela y no tiene la agilidad de los más jóvenes, posee una técnica envidiable. Sus pies parecen tener memoria, como si en algún rincón de su corazón aún guardara recuerdos de aquellos días en los que era el rey del balón.

Una de las cosas que más me encantan del futbol de barrio son las anécdotas que se forjan en cada partido. Imagínate, la cancha empedrada, donde tus tobillos amenazan con romperse y el árbitro, sí, ese árbitro que parece haber dejado de ver sus zapatos desde hace años, sopesa cada falta como si se jugara la final de la Copa del Mundo. Allí, donde las groserías vuelan como golpes perdidos, una jugada mágica de ese jugador mayor deja a todos boquiabiertos. Y en cuestión de segundos, ya no es el señor mayor, es el crack.

El futbol de barrio no solo se juega en la cancha. Alrededor de ella, hay un ambiente que parece sacado de una película. Los señores con sus triciclos, vendiendo pan y café, mientras que otros se detienen en la tiendita a comprar unas caguamas y unas papitas fritas con chilito y salsa, sabores que son parte del ritual y hacen que la vida sea más sabrosa.

Mi Primer Encuentro con el “Don”: Una Lección en el Futbol de Barrio

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Tenía 12 años cuando di mis primeros pasos en el mágico mundo del futbol de barrio. Tepito se convirtió en mi hogar temporal, un lugar lleno de historias y de personajes dignos de una película. Fue ahí, gracias a mis primos, que mi viejo finalmente se animó a dejarme jugar con ellos, a pesar de que todos rebasaban los 19 años. Imagínate, un niño pequeño entre gigantes —bueno, al menos en mi cabeza.

Un día, jugamos en la Magdalena Mixuca. La emoción burbujeaba en el aire; el olor a tacos recién hechos y el bullicio de la gente se mezclaban con el eco de los autos de la avenida. En ese escenario, conocí a mi primer “Don”, un personaje que, sin saberlo aún, iba a marcarme para siempre en el futbol y en la vida.

Íbamos goleando a nuestro rival y ahí estaba yo, envuelto en mi ignorancia adolescente y atrevimiento. Empecé a gambetear con aires de grandeza, moviéndome como si estuviera en un comercial de videojuegos. Pero todo tiene su precio, y el “Don”, con un aire de sabiduría, se me acercó de inmediato. Con un tono que mezclaba amistad y advertencia, me dijo que no me burlara de ellos de esa forma. Pero yo, sintiéndome respaldado por la fuerza de mis primos, lo ignoré, como si él no tuviera voz en este juego.

Fue ahí cuando llegó el momento que me haría tragar mi orgullo. En un intento desafiante, decidí hacerle un túnel al “Don” y correr directo a la portería. Pero mi soberbia era tal que no me conformé con eso. Mirando por encima del hombro, me animé a hacerle otro túnel, como si le estuviera diciendo: “¡Mira lo que puedo hacer! Aquí mando yo”.

Sin embargo, el “Don” tenía un as bajo la manga. Cuando intenté hacerme un autopase para seguir burlándolo, ¡bam! Dejó su pierna plantada y doblando su rodilla, con una técnica que solo se aprende en las canchas de barrio, me aplicó la clásica “dormilona”. Caí de sopetón al querer dar ese siguiente paso, mi pierna no respondió. Estaba tendido sobre la tierra todo atónito.

Mis primos que eran mis defensores acérrimos corrieron hacia el “Don” listos para armar la bronca. Pero en medio del alboroto, mi tío, que siempre había sido la voz de la razón, se acercó y calmó todo. En ese momento, escuché la voz del “Don”, profunda y llena de vida, decirme: “Jamás humilles y te burles de tu rival. En unos días estarás como si nada. Otro te hubiera reventado la pierna, pero yo solo te estoy enseñando a respetar a tu rival”.

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Así fue como tuve mi primer encuentro cercano con el “Don” de barrio. Fue más que una caída; fue una lección grabada en mi memoria. En aquel instante, me di cuenta de que el futbol de barrio es un lugar de respeto, un terreno donde la humildad se tiene que ganar en cada jugada. Aprendí que detrás de cada jugador, sin importar su apariencia o edad, hay historias que nos enseñan a ser mejores en la cancha y en la vida. Y así, con el orgullo raspado y un nuevo respeto por el juego, intenté jugar cada partido. ¡Larga vida al “Don”!

Ha llegado la hora del intercambio de anécdotas, dinos como era el “Don” de tu equipo o si alguno te dio una lección. Saca del baúl de tus memorias la mejor de ellas relacionadas con un “Don”, reparte cátedra como todo un “Don” y dinos si alguna vez le darías una lección a alguien en el mejor de los sentidos… eso sí, ¡fair play en todo momento… los leo!

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